ELOcuencias / Hace un tiempo que fue ayer. Apocalipsis en Bungalow Palace

ELOcuencias

Viene el niño hacia su padre, que está sentado y ocioso frente a un equipo informático con el emblema de una manzana como símbolo de identidad. Señala el castillo que acaba de dejar a media construcción sobre una amplia alfombra que cubre gran parte de la superficie entarimada del gran salón presidido por brillantes reflejos dorados y plateados. Se ha quedado sin piezas para poder alcanzar la altura que él desea que tenga cuando esté acabado. Es evidente que quiere continuar sumando más piezas a su construcción. Su propósito final es poder entrar dentro de ese castillo y asomar su redonda carita por una especie de ventana que apenas ha comenzado a reservar para dicho propósito.

El padre echa un vistazo al amplio espacio donde, minutos antes, ha estado entretenido su hijo jugando y observa que todavía quedan algunas piezas repartidas por doquier, algunas de ellas rotas, quizá por el paso de los años que han estado guardadas en una caja de cartón, o quizá porque el niño las ha podido pisar sin darse apenas cuenta de que son frágiles debido a su condición o al aspecto quebradizo de su superficie amarillenta, consecuencia del olvido y el poco uso.

Se levanta de su cómoda silla ergonómica y deja, por un momento sus ordenadores, en los cuáles ha estado dedicando parte de los últimos días, acondicionando el amplio espacio que promete tener todo el conglomerado de discos duros y del que apenas disponía por estar ocupado de ficheros de extenso tamaño y del que, en breve, podrá empezar a disponer a su antojo, sobre todo cuando acabe de eliminar las últimas carpetas y todo lo que contienen en su interior. Hoy mismo quedará como nuevo y a partir de ese momento podrá dedicarlo a su ocio exclusivo.

Le coge la delicada mano a su hijo y, juntos, caminan por el vestíbulo y otras dependencias de la enorme casa hacia el vestusto almacén, donde guardan gran cantidad de material, del que, un día u otro, tendrán que hacerse el ánimo y poner a la venta. Mejor si lo hacen en subasta al mejor postor, ya que habrá algunos artículos que podrán aportar un buen dinero a la familia. Pero todo se andará. Por ahora no hay prisa. El tiempo revaloriza al alza aquello que tiene un cierto valor en la actualidad.

Llegan a su objetivo. El niño señala una de las cajas de cartón de la parte alta, que se soporta gracias a otras que quedan debajo de ella. Todavía quedan cuatro similares, y según su madre, todas están llenas con el mismo contenido. Piezas de construcción. Ladrillitos de colores diversos, listos para apilar y crear verdaderas estructuras que motiven su creatividad y de un tamaño adecuado para un niño de su edad.

El padre alcanza la caja que su hijo señala y la lleva hasta el salón seguido de cerca por el pequeño, donde ambos estaban juntos hace poco rato, trabajando cada cual en su tarea. Por suerte, el espacio donde juega el niño, lo cubre una inmensa alfombra de tonos granates, que cubre el cálido suelo de madera victoriana y hace más mullida la pisada o el sentarse sobre ella. Es un sitio grande, y aunque frente a la alfombra, preside una amplia chimenea que apenas se ha usado y que es más adorno que utilidad, la calefacción central no obliga a encenderla ya que es muy agradable y llega a cualquier lugar de la gran vivienda.

Quitán ambos el precinto que cierra la caja y al abrirla se huele el rancio olor de un espacio cerrado hace ya muchos años, mezclado con olores a plástico y resina. No importa. El padre vuelca el contenido sobre la alfombra, cerca de la obra en la que está entretenido su hijo y se escucha apenas el choque entre cada una de las piezas, pero no la caída que provocarían éstas sobre un duro y frío suelo.

Rápidamente, el niño se afana en volver a su tarea. Coge un buen puñado de piezas. Las que puede agarrar con sus regordetas manos y se sitúa ante lo que será la puerta de entrada al castillo que piensa mostrarle a su mamá en cuanto cruce el umbral.

Agradece a su papá su ayuda con una sonrisa mientras le ve marchar allí, cerca, a su mesa de ocio, en la cual hay un par de pantallas de ordenador y varios equipos de los cuáles brillan lucecitas de colores conectados entre sí por red local.

Pasadas lo que en un principio le parecen un par de horas, el padre siente que su hijo le estira de la camisa, queriendo llamar su atención. Vuelve su mirada y le ve mostrándole algo en las manos con aspecto de pequeños papeles. Le coge por la cintura y se lo sube a las rodillas indicándole que espere un instante, mientras acaba una tarea que por fin está casi finalizada.

El niño ve con sus redondos ojillos como el ratón se mueve por la pantalla, seleccionando varias carpetas, que acto seguido se arrastran hasta un icono en el que cree que no va a poder dejarlas, puesto que se trata de una papelera de la cual rebosan gran cantidad de papeles. Pero para su asombro, si quedan allí. Una barra de proceso aparece en el centro de la pantalla indicando que la tarea se ha realizado. Acto seguido el ratón vuelve a dirigirse a la papelera y con acierto indica que debe vaciarla. Instantes después se escucha un crujir de lo que podrían ser papeles virtuales y la papelera queda vacía de todo su contenido. Limpia. Impoluta. Reluciente. Transparente. Luce como nueva. Vacía de contenido…

Mientras el padre coge los papelitos que el niño continúa manteniendo en sus manos, el niño recuerda alguno de los iconos de aquellas últimas carpetatitas que su padre ha trasladado a la papelera. Alguno de ellos le gustaba por su colorido y forma: un círculo de colores entre rojos, amarillos y azules, simulando una nave espacial con un avioncito a su lado o las manos de un mago haciendo brillar unas zapatillas rojas rotulado con un número «7» seguido de un «9» que ya sabe identificar, junto a la palabra «ITEMS».

A todo esto, su padre, observa con detenimiento los papelitos que su hijo llevaba entre sus manos y que no son otra cosa que las etiquetas de algunas de las piezas de su nuevo juego. Etiquetas que se han desprendido de su lugar de origen, bien porque el adhesivo se ha resecado o porque el niño ha conseguido despegarlas con cierta facilidad. Algunas de ellas llevan escritas frases que a él no le dicen gran cosa: «TWVOL4», «SHOWTOORBISON», «JULY1980», «JANUARY1975», «FTMEXTRA»… y piensa en la inutilidad de conservar este material obsoleto que no tiene donde reproducir, ni pretende buscar a estas alturas el método con el cual hacerlo.

Vuelve la cara hacia el lugar en el que el niño ha estado jugando gran parte de la tarde y se sorprende de que haya optado por derruir su construcción. Apenas queda un pequeño muro de lo que fue el castillo y, por lo visto, a debido dedicarse a sacar de muchos de los cassettes, su vida interior, su memoria, su cinta; larga y delicada, esparciéndola a su antojo y creando verdaderas montañas brillantes y mullidas de color oscuro. Una auténtica maraña que obstaculiza el movimiento y de la que habrá que desprenderse cuanto antes. Ahí habrá cerca de 1.000 cassettes y deben quedar la misma cantidad guardada.

Le viene a la mente la imagen de los contenedores de basura que hay frente a su gran mansión situada en las colinas de Los Angeles. Una casa de estilo victoriano, heredada, junto a otras viviendas, del abuelo del niño. Un gran músico al parecer, de pelo rizado y perennes gafas de pera, de apellido LYNNE, como su mujer… Su suegro. Del cual también heredaron, hace ya mucho tiempo, una gran fortuna y multitud de instrumentos musicales de gran valor, según algunos entendidos en la materia…

El padre piensa: -Por lo pronto, voy a desacerme de la telaraña que se ha adueñado del salón y de las cajas similares que lo han provocado y que se guardan en el almacén.

-«Un día de estos abro una cuenta en eBay…»

JEFF al límite

ELOSPAIN:
The boy comes to his father, who is seated and idle in front of a computer with the emblem of an apple as a symbol of identity. He points to the castle he has just left partially constructed on a large carpet that covers much of the wooden floor of the grand hall, adorned with shining golden and silver reflections. He has run out of pieces to reach the height he desires for it to be when finished. It is clear he wants to continue adding more pieces to his construction. His ultimate goal is to enter the castle and peek his round face through a sort of window that he has just begun to reserve for that purpose.
The father takes a look at the wide space where, minutes before, his son had been playing, and observes that there are still some pieces scattered everywhere, some of them broken, perhaps due to the passage of years stored in a cardboard box, or maybe because the child may have stepped on them without realizing they are fragile due to their condition or the brittle aspect of their yellowish surface, a consequence of neglect and little use.
He rises from his comfortable ergonomic chair and leaves, for a moment, his computers, on which he has been dedicating part of the last few days, organizing the ample space that promises to have the entire cluster of hard drives and which he barely had access to because it was occupied by large-sized files. Soon, he will be able to use it as he pleases, especially when he finishes deleting the last folders and everything they contain. Today it will be as good as new, and from that moment on, he can dedicate it to his exclusive leisure.
He takes his son's delicate hand, and together they walk through the foyer and other rooms of the enormous house to the old storage room, where they keep a large amount of material that, one day or another, they will have to muster the courage to sell. It's better if they do it in an auction to the highest bidder, as some items could bring in good money for the family. But all in good time. There is no rush for now. Time increases the value of things that have a certain value in the present.
They reach their destination. The boy points to one of the cardboard boxes at the top, supported by others underneath. There are still four similar ones, and according to his mother, all of them are filled with the same content. Building pieces. Colorful little bricks ready to stack and create real structures that fuel his creativity and are of a size suitable for a child of his age.
The father reaches the box that his son is pointing to and carries it to the living room, closely followed by the little one, where they were together not long ago, each working on their task. Fortunately, the space where the child plays is covered by a massive burgundy-toned carpet that adorns the warm Victorian wooden floor and makes walking or sitting on it more comfortable. It's a large area, and although facing the carpet, there is a wide fireplace that has barely been used and is more decorative than useful. The central heating does not require it to be lit since it is very pleasant and reaches every corner of the large house.
They remove the seal that closes the box, and upon opening it, they smell the musty odor of a closed space from many years ago, mixed with plastic and resin scents. No matter. The father pours the content onto the carpet, close to the structure his son has been working on, and you can barely hear the clatter as each piece collides, but not the impact that would occur on a hard and cold floor.
Quickly, the boy gets busy with his task again. He grabs a handful of pieces, those he can hold with his chubby hands, and places himself in front of what will be the entrance door to the castle that he plans to show his mom as soon as she crosses the threshold.
He thanks his dad for his help with a smile as he sees him go there, nearby, to his leisure table, where there are a couple of computer screens and various equipment with colored lights connected by a local network.
After what initially seems like a couple of hours, the father feels his son tugging at his shirt, wanting to get his attention. He turns his gaze and sees him holding something in his hands that looks like small papers. He picks him up by the waist and sits him on his knees, indicating he should wait a moment while he finishes a task that is finally almost complete.
The boy sees with his round eyes as the mouse moves across the screen, selecting several folders that are then dragged to an icon where he thinks he won't be able to leave them because it is a trash can overflowing with papers. But to his amazement, they stay there. A progress bar appears in the center of the screen, indicating that the task has been completed. Then the mouse moves back to the trash can and correctly indicates that it should be emptied. Moments later, there is a sound of what could be virtual papers crumpling, and the trash can is empty of all its contents. Clean. Immaculate. Shiny. Transparent. It looks brand new. Empty of content...
While the father picks up the little papers that the boy still holds in his hands, the child remembers some of the icons from those last little folders that his father has moved to the trash. He liked some of them for their colors and shapes: a circle with red, yellow, and blue colors, simulating a spaceship with a little airplane beside it, or a magician's hands making red shoes shine, labeled with a number "7" followed by a "9" that he can already identify, along with the word "ITEMS."
In the meantime, his father carefully examines the little papers that his son had in his hands, which are nothing more than labels from some of the pieces of his new game. Labels that have come off their original place, either because the adhesive has dried up or because the child has managed to peel them off quite easily. Some of them have phrases written on them that don't mean much to him: "TWVOL4," "SHOWTOORBISON," "JULY1980," "JANUARY1975," "FTMEXTRA"... and he thinks about the uselessness of keeping this outdated material that has no way to be reproduced and doesn't intend to find a method at this point.
He turns his face to the place where the child has been playing most of the afternoon and is surprised that he has opted to demolish his construction. There is barely a small wall left of what was the castle, and apparently, he must have dedicated himself to extracting his inner life, his memories, his tape, long and delicate, spreading it as he pleases and creating real mountains, shiny and fluffy, in dark colors. A genuine tangle that hinders movement and needs to be disposed of as soon as possible. There must be around 1,000 cassettes there, and the same amount should remain stored.
The image of the trash containers in front of his large mansion in the hills of Los Angeles comes to his mind. A Victorian-style house, inherited, along with other homes, from the child's grandfather. A great musician, apparently, with curly hair and perpetual pear-shaped glasses, with the last name LYNNE, like his wife... His father-in-law. From whom they also inherited, a long time ago, a great fortune and a multitude of valuable musical instruments, according to some experts in the field...
The father thinks, "For now, I'll get rid of the cobweb that has taken over the living room and the similar boxes that caused it and are stored in the warehouse."
"One of these days, I'll open an account on eBay..."

JRequena - ELOSP

Webmaster de ELO ESPAÑA

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